Antropología y literatura
¡Qué vergüenza!
“Para esto no se estudia antropología”
Durante las manifestaciones de finales de 2022 y principios de 2023 ataqué sin ambages la necesidad de salir a protestar.
Ya sabía cuál sería el final de esa historia: 17 muertos en la ciudad de Juliaca de los que ahora nadie se hace cargo y que nadie, en suma, sabe siquiera cómo se llaman. Para dolor de sus familiares.
¿Para qué — pensé en ese momento — iban a salir jóvenes a morir en un enfrentamiento con la policía o el ejército? ¿Por un mequetrefe como Pedro Castillo? ¿O por cualquier otro mequetrefe que ocupe el sillón presidencial? ¿O por los palomillas de ventana que tiraban leña al fuego sin ser ellos mismos capaces de plantarle cara a un agente de la ley?
Sencillamente no valía, no vale la pena.
La protesta. Un punto de extrema sensibilidad para la izquierda. Y también para científicos sociales que intentan, con poquísimo éxito, darle un sustento ideológico.
En ese contexto, me llovió de todos partes. De todos estos tirapiedra virtuales, que después esconden la mano, hubo, no obstante, una invectiva que despertó mi curiosidad. Decía, literalmente, llena de flamígera afectación:
